Una visión de esperanza

Comunicado Capitular Nº 2

Roma, Lunes 20 de junio de 2016

Homilía de S.E.R. Card. Angelo Sodano, Decano del Colegio Cardenalicio, pronunciada en la Santa Misa de inauguración del IV Capítulo General Ordinario del Instituto SSVM, en la Basílica de San Pedro en el Vaticano (18 de junio de 2016)

¡Queridos Concelebrantes, hermanas Servidoras del Señor y de la Virgen de Matará, Hermanos en el Señor!

La liturgia vespertina del sábado nos introduce ya en el clima festivo del domingo, día del Señor. Con gran gozo interior nos encontramos reunidos en esta histórica Basílica dedicada al Apóstol Pedro. ¡Aquí se respira verdaderamente el clima de la catolicidad de la Iglesia!

Es además una alegría particular el que recibamos en esta tarde a numerosas Religiosas, que han venido aquí para iniciar devotamente su IV Capítulo General Ordinario y para reafirmar sobre la tumba del Apóstol Pedro su profundo amor a la Santa Iglesia y su total fidelidad al Sucesor de Pedro.

Ellas provienen de distintas partes del mundo, trayendo consigo el empeño de sus Hermanas, comprometidas en una profunda renovación espiritual y con generoso espíritu de servicio eclesial. A ellas llegue también nuestra común oración.

1) La Palabra de Dios

Hermanos y Hermanas en el Señor, la Palabra de Dios que ahora ha sido proclamada nos ha introducido en esta nuestra Celebración Eucarística.

En la primera lectura el Profeta Zacarías nos ha repetido también a nosotros palabras de esperanza que Dios, cinco siglos antes de Cristo, dirigía al pueblo de Israel deportado en Babilonia: “Derramaré sobre la casa de David y sobre los moradores de Jerusalén un espíritu de gracia y de oración” (Zac 12, 10). Son palabras che dan ánimo también a nuestro corazón, en medio de las dificultades que experimentamos actualmente.

En la segunda lectura el Apóstol Pedro nos ha recordado nuestro empeño eclesial que nace del hecho de que todos estamos unidos en Cristo Jesús: “No hay ya judío o griego, no hay siervo o libre, no hay varón o mujer, porque todos sois uno en Cristo Jesús” (Gal 3, 28).

En fin, en el Evangelio es S. Lucas quien nos propone la ley de fidelidad, que debe ser tal para cada discípulo de Cristo. Nos dice, de hecho, el Señor: “Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome cada día su Cruz y sígame”. Cierto que son palabras exigentes, pero por otra parte son también palabras de consuelo, porque Jesús agregó: “porque quien perdiere su vida por amor de mí, la salvará” (Lc 9, 24).

2) La presencia del Espíritu

Con esta visión de esperanza, ustedes, queridas Religiosas, se han consagrado a Cristo y con esta actitud interior quieren continuar en el camino que El cada día les está indicando a través de su Espíritu Santo. De hecho es justamente este Espíritu Santo que cada día da vida a la Iglesia, como profesaremos dentro de poco en el Credo diciendo: “Creo en el Espíritu Santo Señor y Dador de vida”. Sí, debemos sentir siempre su presencia en nuestra vida personal, como también en la vida de toda la Santa Iglesia.

Respecto a esto, ¿quién no recuerda la gran Encíclica que el Papa Juan Pablo II, ahora S. Juan Pablo II, dedicó a la obra del Espíritu Santo? Se trata de la conocida Encíclica “Dominum et vivificantem” del 18 de mayo de 1986.

En realidad, con la venida del Espíritu Santo en la fiesta de Pentecostés ha iniciado el tiempo de la Iglesia, aquel tiempo que persiste a través de los siglos y de las generaciones. Es este Espíritu además el que “viene en ayuda de nuestra debilidad” según la bella expresión de S. Pablo en la carta a los Romanos (Rom 8, 26). Es más, el mismo Apóstol nos dice luego: “nosotros no sabemos pedir lo que nos conviene, más el mismo Espíritu aboga por nosotros con gemidos inenarrables” (Rom 8, 27). Bajo su guía se realiza nuestra maduración interior, para poder corresponder plenamente a nuestra vocación cristiana.

3) El don de los carismas

Hermanos y Hermanas en el Señor, no podría terminar éstas mis palabras no recordando que junto a los dones carismáticos que el Espíritu Santo nos otorga, se encuentran siempre los dones jerárquicos que Él igualmente siempre ha dado y siempre da a su Santa Iglesia. Ambos dones – los jerárquicos y los carismáticos – contribuyen a la edificación de la comunidad cristiana y es imposible oponerlos. Recientemente nos lo ha recordado un importante documento de la Congregación para la Doctrina de la Fe con el título significativo: “La Iglesia rejuvenece” [Iuvenescit Ecclesia] (cfr. L’Osservatore Romano, 15 de junio de 2016, [versión italiana]). En este documento hay una parte importante dedicada a los dones carismáticos. Allí se ilustran bien los criterios para verificar su origen divino. Es ésta la grandeza de la Iglesia de Cristo, guiada en la tierra por sus Pastores y vivificada desde lo alto por el Espíritu Santo.

4) Mirando a María

Queridas Hermanas, que su vida consagrada continúe siendo vivida en esta dimensión eclesial. Desde el cielo interceda el querido Obispo de Velletri, Mons. Andrea Maria Erba, que con gran amor de Padre ha bendecido vuestro Instituto, introduciéndolas así en la gran Familia de las comunidades religiosas presentes en el mundo.

Les sea siempre de ejemplo la Virgen Santísima, modelo de vida consagrada, que con gran docilidad al Espíritu ha llevado a cabo su misión junto a su hijo Jesús. Como María, sean siempre fieles a vuestra misión eclesial, dando así una gran colaboración en la difusión del Reino de Dios en el mundo actual.